sábado, 27 de abril de 2013

Estamos.

Se había tardado la tarde en caer: no sé sí era porque la noche estaba consiente de tu ausencia y, al igual que yo, tenía miedo de ver que no llegarías.
Aun recuerdo como las aves volaban en dirección contraía a la de las aguas que marcaban despacito el río que me impedía llegar rápido a donde quería ir -la verdad es que no iba a  ningún lado, ningún lugar era bueno mientras estuviera con tu ausencia-.
Miraba de reojo a los niños que aun con el frío andaban con playeras cortas, la infancia es más calidad que todo lo que se a inventado para dar calor en el mundo. Los gatos surcaban los botes de basura como los peces nadan entre los arrecifes. Naturalidad.
No tengo carro así que el caminar que se desplomaba a cada paso se me hacía familiar y sobre todo hogareño. El acto de caminar me reconforta y me alienta a saberme un ser transeúnte en el planeta. La vida al fin y al cabo no presenta dificultad para el que está consciente de que es solamente un peregrino más en el mundo.
Tu presencia no sabía cual era la puerta de la mente por la cual y entre portazo y portazo se iba a haciendo un eco cada vez más sonoro.
Te extraño, te extraño tanto y esas palabras iban acompañadas de nada, de ninguna respuestas.
Dos minutos hacía que miraba a nada y caminaba para llegar a tu casa, la ausencia, el clima fresco, la soledad, tu ausencia, la vida que me carcomía y que sabía a ciencia cierta de que un día te iba a arrancar de mí. Maldita sea.
Allá, sin más tú. Esperándome en la misma pared de ladrillos rojos que eran expuestos por la farola de afuera de tu casa. Tú tan serio mirando el celular y sonriendo -ya leías el mensaje que te había mandado al bajar del autobus-. Puntual esperándome en la noche, cobijado por la noche, estrellas, farolas, cableados eléctricos.
Ahí estabas tú. Levantas tu mirada, me miras, guardas el teléfono, miras al suelo, sonríes, te despegas de la pared de ladrillos rojos expuestos por la lampara del alumbrado público, plantas tus dos pies y comienzas a andar hacía mí.
Ahí estabas tú. Después de ese trayecto de cinco o seis pasos ya estás frente a mí, te veo, me ves, nos vemos, me abrazas, te abrazo, nos fundimos en un abrazo de novela, me acerco a tus labios.
Ahí estabas tú.
Aquí estamos los dos. 

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